Comentarios al filme “Elephant”, de Gus Van Sant
Por: Heidy Cásarez
Al claro de la luna y en tres tonalidades de azul en
el cielo, una música se asoma de entre un breve instante en que un rubio
conduce el automóvil de su padre ebrio y un joven juega a ser soldado por un
día, irrumpiendo con otro de su igual en la escuela, asesinando a cuanto
estudiante y profesor se le atravesara; casi como a la usanza del videojuego
occidental: atacar, matar, aniquilar a cuanto obstáculo se interponga en el
camino.[1]
Desde que la situación político-económico-cultural-social-racial
de Estados Unidos ha intervenido y afectado en las organizaciones y modus
vivendi de otros países y sus sociedades propias y extensivas a la migración,
negando y/o alterando un orden de valores[2], la
conformación de las familias, reflejada en la actitud de los jóvenes, ha dado
constantes vuelcos hasta depositarlos en la escuela. La herencia cultural es
evidente: padres ocupados, satisfaciendo necesidades económicas más que
afectivas e hijos desocupados satisfaciéndose en necesidades superfluas como
consecuencia de contundentes actos de violencia evidentemente más real que
simbólica: la de la calle, la casa, la escuela, los medios de comunicación y lo
tecnológicamente seductor.
Precoz es el juego llevado a la vida real. Se dice precoz porque en la inmadurez de quienes
lo ejecutan está una regresión o búsqueda de una falta de personalidad a partir
de la infancia: jugué de pequeño pero no a andar en bicicleta o a dibujar,
jugué a transformar mi entorno por medio de una violencia que para mí no se
llamaba violencia sino, simplemente,
juego.
Consiente, entonces, es el juego que es sustituido por la vida real.
Consiente, entonces, es el juego que es sustituido por la vida real.
Se dice consiente
porque el estatus de juego se filtró a lo que fue maquinado y será en el
devenir: comprar por vía electrónica, como si fueran víveres o productos de
básica necesidad, a manera de un simple click,
algunas armas que detonarán-destruirán no sólo los cuerpos de una sociedad
estudiantil sino a las sociedades en general desde que en las supermercados,
también, los jóvenes pueden adquirir un arma con la falsa inocencia de
dispararle a quien odia, a quien desea expresarle su venganza o simplemente
como un juego.[3]
Más allá del adversario y la culpa en una sociedad
consumista, material y globalizada, los jóvenes son víctimas de un odio y una xenofobia
infundada por sus mismas sociedades de desarrollo. Elephant, creación argumental y bajo la dirección de Gus van Sant, tan grande como un
elefante pero tan diminuta en su denuncia a una sociedad que vende sin observar
a quién, que observa desde el punto de vista del consumo, que asesina el
devenir de los jóvenes enajenándolos desde muchos sentidos, es justamente la
circunstancia escénica de un día estudiantil cotidiano visto desde diversos
ángulos a partir de sus personajes que no son actores profesionales, así como
el ocaso de decenas de jóvenes que presencian una venganza bajo estruendosos
sonidos, matices en rojo y persecuciones a quienes ignoraban el móvil de la
venganza.
Lo no predecible a partir de la cotidianidad se
percibe en este filme que forma parte de las propuestas visuales que rompen los
paradigmas que en ocasiones el mismo cine ha impuesto. Aquí la cámara, más allá
de manejarse en plano subjetivo, funge como un personaje omnipresente que
persigue todos los instantes de caminata, almuerzo, fotografías, biblioteca,
vestidores y salones de clase de unos estudiantes. ¿Testigo?, ¿persecutor?,
¿narrador? La cámara de Gus Van Sant travelea en la frialdad y lo parco de
personajes que viven mediatizados por la monotonía. ¿Ruptura?, ¿irreverencia?,
¿novedad? Van Sant transforma el contexto de equívocos a aciertos a partir de
dicotomías: el joven que ejecuta legendarias piezas de un músico romántico,
armonizando no sólo el entorno y tiempo donde la escena se desarrolla sino la
perspectiva de los colores de la imagen, para posteriormente operar un
videojuego y aniquilar a cuanto obstáculo humano se le anteponga, marcando,
también, una tercera acción: localizar una tienda electrónica de armas para
llevar a cabo su plan: exterminar intelectualmente presenciando cómo los demás
caen frente a sus ojos que instantes antes concebían el sueño al lado del que
inicialmente fue su compañero y en el momento de la matanza fue una víctima
más.
Las armas y sus sonidos, hasta la indumentaria que
portan los jóvenes asesinos, desentrañan el nudo definitorio de un filme que
cuenta tres veces, a través del personaje-cámara, la historia de algunos de sus
personajes desde diferentes ángulos de posición. Este filme también es contado
a partir de tres acciones situadas en un cuadro general hecho al cielo y sus
contrastes, alegóricamente adjudicados a la contrastante situación no sólo
estadounidense sino, literalmente, mundial.
La música de este filme pareciera llevar a la armonía
y a la serenidad a través de plano-secuencias de carácter sobrio, sin embargo
recordemos cuando Alex, el de La Naranja Mecánica, fornicaba y golpeaba al
compás de las magistrales piezas de otro romántico músico o cuando Hannibal
Lecter engullía a sus víctimas al ritmo de hermosas y conmovedoras piezas donde
el violín rasgaba hasta las elipsis…
De este modo, la música en Elephant es la antítesis de sus momentos climáticos: los sonidos de
la violencia versus la armonía de los sonidos que agigantan la inmensidad,
fusionándose para crear la banda sonora de vidas truncadas no sólo por la
muerte por armas de fuego sino por el interruptor en rojo de una sociedad que
no ve y no cuida y no protege a sus jóvenes: la violencia, su propia violencia;
pero que tampoco olvida la repercusión de estos hechos, casi como un elefante…
HEIDY
CÁSAREZ
[1] En este
filme, justamente, el videojuego funge como disparador de violencia y no como
influencia para salvaguardar, defender o proteger a las personas como en el
filme chileno Play, de Alicia
Scherson, 2006.
[2] Entiéndase
en este contexto que los valores son y deberían de ser los que nos permiten
vivir y no lo que nos restringen, disfrazándose de falsa ética y vanagloriación
social, NIETSZCHE, Friedrich.
[3]Este filme en
su versión vansantiana alude a la tan mencionada “matanza de Columbine”,
maquinada por un par de jóvenes de educación secundaria que originó una masacre
en un instituto donde, incluso, el mismísimo Marilyn Manson, cantante,
fotógrafo y poeta estadounidense fue culpado por tal acontecimiento pues estos
jóvenes, se ha mencionado, eran sus seguidores, además de que existe la versión
de que tal día del genocidio lucían un maquillaje similar al del artista. La
resaca de impacto social fue a dar, también, al cine con un documental de
Michael Moore quien incisivamente critica los libertinos sistemas educativos y
de consumo de una sociedad vacua y destructora de sus perspectivas. Dicho
documental ha sido comparado con la versión de Van Sant.
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