Por
Germán López Mora
"Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la
copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo
que es 'sagrado' para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la
verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la
verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es
también para él el colmo de lo sagrado."
FEUERBACH, prefacio a la segunda edición
de La esencia del Cristianismo. (Epígrafe
al capítulo primero de La sociedad del
espectáculo)
El fenómeno periodístico en
el país se gesta puramente a raíz de luchas relacionadas con la adquisición de
poder. Desde un punto de vista político, la naturaleza del ser humano yace en
la necesidad de dominación. Y es por esta necesidad que, en un principio, las
publicaciones periódicas funcionaron como instrumento de propaganda o de
agitación en orden de luchas por la dominación, luchas que indudablemente contribuyeron
de manera notabilísima al desarrollo y perfeccionamiento de estos medios de
comunicación. Aquí también puede caber el la
guerra es la madre de todas las cosas heracliteano.
Eso era cuando aún existía algún foco de
resistencia importante, anterior o durante el siglo decimonónico, en el que aún
la técnica no se fortalecía del todo; en el que aún no se consolidaba con tanta
fuerza el libre mercado; en el que el poder sobre los media aún estaba por
disputarse. Como ejemplos claros y cercanos tenemos las innumerables
desapariciones de redactores de diarios de oposición (como de El Ahuizote y derivados) y
posteriormente, por métodos más legales, la
monopolización de la opinión pública de El
Imparcial durante el porfiriato. Esto apenas prepara el escenario para el
siglo XX en el que aparecen nuevos media (televisión,
internet, etcétera.) y se consolida un sistema económico; se perfecciona la
técnica y se lleva información en un cause tan vertiginoso como obsceno[1]
a cualquier parte del mundo. Walter Rathenau, un judío alemán comunista acusado
de tal y asesinado en 1922, ilustra la situación del hombre durante esas
agitadas décadas de principios de siglo:
En su estructura y mecánica
todas las grandes ciudades del mundo blanco son idénticas, Situadas en el
centro de una telaraña de vías, tienden sus petrificados hilos de carreteras
sobre el campo. Visibles e invisibles redes de tráfico rodado recorren y minan
los abismos de las carreteras y bombean dos veces al día cuerpos humanos desde
las extremidades al corazón. Una segunda, tercera, cuarta red reparte humedad,
calor y fuerza; un hato de nervios eléctricos transporta los aleteos del
espíritu…, paneles dotados de materiales flexibles, papel, madera, cuero,
tejidos, se ordenan en series reforzadas hacia el exterior con hierro, piedra,
cristal, cemento… Sólo en el casco viejo de las ciudades…se conservan aun
restos de singularidades fisonómicas como piezas de exposición casi muertas,
mientras que en los alrededores—es lo mismo si en dirección a las fábricas, a
las viviendas o las sepulturas—se extiende el campamento del mundo
internacional.[2]
Lo anterior en lo que se refiere al proceso
de la construcción de las ciudades como la forma más destacada de
almacenamiento de bienes en el mundo moderno. El tránsito de productos, dice,
es mínimo frente a los resultados petrificados de la producción. La humanidad
construye
casas, palacios y ciudades, construye fábricas y depósitos. Construye
carreteras, puentes, ferrocarriles, tranvías, barcos y canales, empresas de
suministro de agua, gas y centrales eléctricas, líneas telegráficas, líneas de
alta tensión y cables, máquinas e instalaciones de caldeo…
Las nuevas construcciones… podían alcanzar
[en un solo país] aproximadamente cada cinco años un valor que en esfuerzo
mecánico se equipara al valor de construcción de la Roma imperial. ¿Para que
sirven, pues, estas inauditas construcciones? En su mayor parte sirven
directamente a la producción. En parte sirven al transporte y comercio, es
decir, indirectamente a la producción; en parte, a la administración, a la
vivienda y a la sanidad, es decir, al arte, la técnica, a la enseñanza, al
descanso, es decir, indirectamente…también a la producción (p. 626)
Así, “…el hombre queda
reducido a material del proceso económico, a puro medio del Estado… (p. 625)”
Aunque ya no sólo al Estado sino, más que nada, al capital y las formas de
gobierno del mundo libre y democrático de la libre empresa.
Es notable la influencia marxista entre las
líneas de Rathenau, adjudicando todo el fenómeno moderno en orden de la
producción. Y considero que hasta cierto punto tiene razón. Pero, como critica
Baudrillard parafraseando a MacLuhan: “es tanto como decir que Marx, en su análisis materialista de la
producción, circunscribió un dominio reservado de las fuerzas productivas, del
que se encontraron excluidos el lenguaje, los signos y la comunicación: nunca
consideró el ferrocarril como médium,
como modo de comunicación: no entran en consideración, con toda la evolución
técnica en general, más que desde el punto de vista de la producción,
producción de base, material, infraestructural, única determinante de las
relaciones sociales[3]”.
Dicho de otra forma, el análisis marxista de la producción nunca tomó en cuenta
el valor que jugarían los signos en el seno de las sociedades y, por lo tanto,
en la teoría de la comunicación, la economía política marxista, resulta
prácticamente obsoleta. No podemos seguir jugando al modelo clásico de la
comunicación en la que un emisor transmite un mensaje por medio de un código
que el receptor decodifica y contesta cambiando al papel de emisor, cuando no
hay nadie a quién responderle, como sucede en los media actuales. Resumiendo,
las categorías de la economía política clásica no alcanzan a abarcar este fenómeno
de la posmodernidad.
Lo que caracteriza a los medios de
comunicación colectiva es que son antimediadores, intransitivos, que fabrican
la no comunicación, si se acepta definir la comunicación como un intercambio, como el espacio recíproco
de una palabra y de una respuesta,
por lo tanto de una responsabilidad,
y no una responsabilidad psicológica y moral, sino una correlación personal
entre el uno y el otro en el intercambio.[4]
Ahora, la estructura actual de los medios
se funda, según Baudrillard, sobre esta última definición: son lo que veda para
siempre la respuesta, la unilateralidad de la comunicación. Ésta es la
verdadera abstracción y es en ella donde se funda el sistema de control social
y poder: en que los media son el gran monopolio de la palabra, los verdaderos
herederos de la enciclopedia y el circo, los que propagan la mentira selectiva
y el conocimiento fragmentado, la información light; métodos de control mucho más efectivos que cualquier
mecanismo de censura.
Sigamos con Rathenau hablando sobre el
trabajo, el centro de la producción misma, para posteriormente salirnos de él y
hablar un poco sobre lo que Baudrillard llama la hiperrealidad y así, sugerir
el espíritu psicopolítico de la época:
El trabajo ya no es una
función de la vida, ya no es una adaptación del cuerpo y el alma a las fuerzas
naturales, sino que es mucho más, una función extraña al objetivo de la vida,
una adaptación del cuerpo y del alma al mecanismo…(pag. 67)
El espíritu, temblando aún por la agitación
del día, exige permanecer en movimiento y vivir una carrera de impresiones,
sólo que estas impresiones tienen que ser más ardientes y corrosivas que las
superadas…, surgen satisfacciones de tipo sensacional, brusco, banal, suntuoso,
falso y envenenado. Estas satisfacciones están cercanas a la desesperación (…)
El hombre, dentro de todo el mecanismo de maquinistas y máquinas al mismo
tiempo, ha entregado bajo una tensión y calentamiento crecientes su carga
enérgica al volante de la empresa del mundo (pag. 69)
¿Y a quién nos encontramos para saciar esa
sed de impresiones más ardientes y corrosivas que las del trabajo? En un
principio encontramos que la experiencia de conducir un auto coloca al sujeto
en la posición de soberano absoluto de su destino inmediato al conducir él
mismo. “No más fantasías de poder, velocidad y apropiación vinculadas al objeto
en sí, sino más bien una táctica de potencialidades vinculada al uso: dominio,
control y mando, una optimización del juego de posibilidades ofrecidas por el
coche como vector y vehículo, y ya no como objeto del santuario psicológico”[5].
Pero eso era a principios del siglo XX
Ahora
podemos concebir una etapa más allá de ésta, en la que el coche es todavía un
vehículo de representación, una etapa en la que se convierte en una red de
información, (Ibid.,189)(…) en la que
cada persona se ve ante los mandos de una máquina hipotética, aislada en una
posición de soberanía perfecta y remota, a una distancia infinita de su
universo de origen, lo cual es tanto como decir en la posición exacta de un
astronauta en su cápsula, en un estado de ingravidez que necesita un perpetuo
vuelo orbital y una velocidad suficiente para evitar que se estrelle contra su
planeta de origen.
Rathenau consideraba que un símbolo de la
observación de la naturaleza desnaturalizada es la caza de kilómetros del
automóvil por el hombre productor-consumista tras su máscara. Pero como vemos,
el fenómeno mediático después de la caída del muro, lo deja muy pero muy atrás.
Cuando Rathenau escribía sobre terrenos concretos (ciudades anteriormente
descritas) con cierta capacidad de trascendencia, aún tenían sentido. Hoy,
según Baudrillard, escenas y espejos (terrenos tangibles) han sido
efectivamente sustituidos por redes y pantallas: “En lugar de la trascendencia
reflexiva del espejo y la escena, hay una superficie no reflexiva, una
superficie inmanente desde donde se despliegan las operaciones, la suave
superficie operativa de la comunicación (p.188)” Y efectivamente, algo ha
cambiado: “con la imagen televisiva, ya que la televisión es el objeto definido
y perfecto de esta nueva era (la era narcisista y proteica de las conexiones,
contactos, contigüidad, zona interfacial generalizada que acompaña al universo
de la comunicación) nuestro propio cuerpo y todo el universo circundante se
convierten en una pantalla de control (p.188)”
Algún dramaturgo inglés del siglo XVI argumentaba
que los hombres siempre representábamos, en una escena concreta, los designios
de un divino autor cuya obra era muy pero muy jodida. Señor Shakespeare,
olvidémonos de su idea. “Éste es el tiempo de la miniaturización, el control
remoto y el microprocesado del tiempo, los cuerpos, los placeres (p.191)”; “la
capacidad de regularlo todo desde lejos, incluyendo el trabajo en casa y, desde
luego, el consumo, el juego, las relaciones sociales y el ocio (…) Aquí estamos
lejos de la sala de estar y cerca de la ciencia ficción (p.190)”. “Ya no es una
escena en la que se representa la interioridad dramática del sujeto, engranada
tanto con sus objetos como con su imagen (…) Ya no vivimos como dramaturgos,
sino como una terminal de múltiples redes (idem.)”.
En estas redes de la memoria infinitesimal
y la pantalla con que están equipadas, el cuerpo, el tiempo y el espacio, son disueltos
hasta volverse básicamente inútiles en su extensión.
El cuerpo, nuestro cuerpo, a
menudo se nos presenta como superfluo, inútil en la multiplicidad y complejidad
de sus órganos, sus tejidos y sus funciones, dado que hoy está todo concentrado
en el cerebro y en los códigos genéticos, que resumen solos la definición
operacional del ser. El campo, el inmenso campo geográfico, parece ser un
cuerpo desierto cuya extensión y dimensiones parecen arbitrarios (y que resulta
aburrido de cruzar si uno abandona los caminos principales), tan pronto como
todos los acontecimientos están compendiados en las ciudades, las cuales, a su
vez, sufren la reducción a unos pocos acontecimientos importantes
miniaturizados (pp.191-192)
Y el tiempo, bueno, el tiempo simplemente
se vuelve inútil en cuanto la instantaneidad de la comunicación ha
miniaturizado nuestros intercambios a una sucesión de instantes. Y no sólo eso,
el espacio social, el espacio de lo político, el espacio público y el privado,
“tienden a desaparecer progresivamente como escenas (…); se reducen más y más a
un gran cuerpo blando con muchas cabezas (p. 192)”
Nuestras
vidas se distancian irremisiblemente del simbolismo paradójico de las
religiones; el yo moderno está tan profundamente enfrascado en su lucha por
imponerse que no puede comprender las paradojas de un adoctrinamiento profundo.
La escisión crece día a día, ya que en nuestro tiempo se oponen a nuestra
fuerza de voluntad fuerzas cada vez más heterogéneas y contradictorias y la
dispersan en mil direcciones[6].
¿Y cómo afecta esa disolución de los yoes,
los espacios, cuerpos, tiempo, a la sociedad civil que es el propósito de estas
cuartillas? Dejo que lo explique el
señor Sloterdijk:
Los media proporcionan una
aclimatación nueva y artificial de las conciencias en el espacio social. Quien
está inmerso en su corriente [que somos todos] experimenta cómo su imagen del
mundo se hace cada vez más imagen del mundo mediatizada, comprada, de segunda
mano. Las noticias inundan la conciencia teleficada con material mundial en
partículas informativas; al mismo tiempo, disuelven el mundo en una serie de
mensajes fluorescentes de noticias que tiemblan en la pantalla de la conciencia
del yo. Efectivamente, los medios tienen la capacidad de organizar la realidad
en cuanto realidad en nuestras cabezas, ontológicamente.[7]
Y todo comienza tan inofensivamente. Por
ejemplo, un niño mira una caricatura donde un gato persigue a un ratón
inteligente, o un hombre mira en el periódico el resultado de ayer del partido
de su equipo favorito. Aparentemente no hay ahí nada fuera de lo común, pero
esta (no sé si pueda llamársele así) realidad se caracteriza por moverse como
albureando, “en el universo del saber de la época moderna predominan los
decorados, los dobles suelos, los panoramas, las imágenes confusas, los gestos
distorsionados(…) todos ellos fenómenos que dificultan el acceso a la “realidad
misma” precisamente porque ésta se compone en una complejidad cada vez mayor,
de acciones y signos ambiguos, hechos y calculados (Ibid., p.484)” Signos
ambiguos calculados que contienen un significante pero no necesariamente un
significado. Es más, de hecho muchas veces carecen de él. “Ésta es una
verdadera experiencia traumática al yo. Nalgas. Compras. Pantaletas y
refrescos. Gestos. Senos. Dobles y triples sentidos. Sonrisas(…) Rastrillos
azules de tres hojas para caballero. Un falo en forma de paleta. Lucha de
clases de la cerveza. Adelgace. Rastrillos rosados de dos hojas para dama.
Skipping como búsqueda existencial (…) La sexualidad nunca ha podido empeorarse
tanto desde que somos receptores cautivos de signos que transmiten información
empobrecida.”[8]
Habitamos ciudades que no
son otra cosa que medios de comunicación construidos, recubiertas de redes de señales
y de tráfico que dirigen las riadas humanas. La metrópoli se asemeja a una
gigantesca caldera que bombea el plasma subjetivo a través de un sistema de
redes, de tuberías y señales [recuérdese la descripción anterior de Rathenau
sobre las ciudades]. Y también los yoes funcionan como calderas, filtros y
canales de las corrientes de noticias que llegan de las más diversas ondas de
frecuencia a nuestros sensores. Así, el yo y el mundo alcanzan un doble estado
de licuación, aquel balanceo ontológico que se sedimenta en las mil y una
teorías de la “crisis” moderna (Sloterdijk, op.,
cit., p.715).
Y se habla de “crisis” dado
que, “a través de cada cosa individual, el hombre sólo ve el tono fundamental,
el gris, la preocupación, el absurdo (idem.)”.
Pero en cualquier caso estamos, dice Baudrillard, midiendo mal las
consecuencias, pues queremos aplicar nuestros viejos criterios y los reflejos
de una sensibilidad <>, lo cual sin duda nos lleva a
comprender mal lo que, en esta esfera sensorial puede ser la producción de algo
nuevo, extático y obsceno. Si la realidad es fatalista, hay que ser más
fatalistas que ella. Si todo el complejo licuadora que produce la mediatización
de sociedades con ideologías religiosas es obsceno, entonces hay que ser más obsceno
que él. La adaptación es el mandamiento psicopolítico de la época. Únicamente
el descaro más grande encierra palabras para la realidad. Cito en extenso a
Baudrillard para culminar:
En cualquier caso, tendremos
que padecer este muevo estado de cosas, (…) esta inyección obligada de toda
exterioridad que significa literalmente el imperativo categórico de la
comunicación. Si la histeria era la patología de la escenificación exacerbada
del sujeto, una patología de la expresión, de la conversión teatral y
operística del cuerpo; y si la paranoia era la patología de la organización, de
la estructuración de un mundo rígido y celoso, entonces, con la comunicación y
la información, con la promiscuidad inmanente de todas esas redes, con sus
conexiones continuas, ahora nos encontramos en una nueva forma de
esquizofrenia. No más histeria, no más
paranoia proyectiva propiamente hablando, sino este estado de terror propio del
esquizofrénico: demasiada proximidad a todo, la sucia promiscuidad de todo
cuanto toca, sitia y penetra sin resistencia, sin ningún halo de protección
privada, ni siquiera su propio cuerpo para protegerle. (Baudrillard, Op., Cit., Éxtasis… pp.196-197)
Ya no es un hombre completo el que enfrenta
a un mundo entero, sino un algo-humano que se mueve en un líquido nutricio,
como dice Robert Musil en El hombre sin atributos.
Vuelvo a Baudrillard:
Así,
el esquizofrénico queda privado de toda escena, abierto a todo a pesar de sí
mismo, viviendo en la mayor confusión. Él mismo es obsceno, la obscena presa de
la obscenidad del mundo. Lo que le caracteriza no es tanto la pérdida de lo
real, los años luz de separación de lo real, el pathos de distancia y
separación radical, como suele decirse, sino, muy al contrario, la proximidad
absoluta, la instantaneidad total de las cosas, la sensación de que no hay
defensa ni posible retirada. Es el fin de la interioridad y la intimidad, la
excesiva exposición y transparencia del mundo lo que le atraviesa sin
obstáculo. Ya no puede producir los límites de su propio ser, ya no puede
escenificarse ni producirse como espejo. Ahora es sólo una pura pantalla, un
centro de distribución para todas las redes de influencia. (Idem.)
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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Baudrillard,
Jean, Crítica de la economía política del
signo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
__ en Posmodernidad, Éxtasis de la comunicación, Kairós, Hal Foster compilador,
Barcelona 2002
Gruel,
Víctor, Notas sobre la televisión, en
Popular N°5, Guadalajara, primavera 2005
Sloterdijk, Peter, Crítica de la razón cínica, Siruela, Madrid, 1984 p.
__ El Árbol Mágico, Seix
Barral, España, 1999, pp 218-219
[1] Marx estableció y denunció la obscenidad de la mercancía, y esta
obscenidad estaba vinculada a su equivalencia, al abyecto principio de libre
circulación, más allá del valor de uso del objeto. La obscenidad de la
mercancía procede del hecho de que es abstracta, formal y ligera en oposición
al peso, opacidad y sustancia del objeto. La mercancía es legible: en oposición
al objeto, que nunca entrega del todo su secreto, la mercancía siempre
manifiesta su esencia visible, que es su precio. Es el lugar formal de la
transcripción de todos los posibles objetos; a través de ella, los objetos se comunican.
De aquí que la mercancía sea el primer gran medio del mundo moderno. Pero el
mensaje que los objetos transmiten por su mediación ya está simplificado en
extremo y es siempre el mismo: su valor de intercambio. Así, en el donde el
mensaje ya no existe; es el medio el que se impone en su pura circulación.
Médium is message (MacLuhan)
[2] Rathenau,
Walter, Sobre la crítica de la época,
1912. Citado en Sloterdijk, Peter, Crítica
de la razón cínica, Siruela, Madrid, 1984 p. 625. Las traducciones de
Rathenau al español han sido difíciles de encontrar a excepción de los
extractos citados en Crítica de la razón cínica.
[3] Baudrillard,
Jean, Crítica de la economía política del
signo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, p.194
[4] Ibid., p. 202
[5] Baudrillar,
Jean, Posmodernidad, Éxtasis de la comunicación, Kairós, Hal
Foster compilador, Barcelona 2002, p. 188.
[6] Sloterdijk,
Peter, El Árbol Mágico, Seix Barral,
España, 1999, pp 218-219
[7] Sloterdijk,
Peter, Crítica de la razón cínica,
Siruela, Madrid, 1984, p. 715.
[8] Gruel,
Víctor, Notas sobre la televisión, en
Popular N°5, Guadalajara, primavera 2005.
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