El hombre poético
Alberto Ortiz
Si acaso el poeta tradicional en su rol de hombre está
clasificado más bien como "irresoluto y tímido", amante apasionado
del silencio, la soledad y el recogimiento espiritual y físico; toda esta probable
vida contemplativa se fuga desbordada en la lírica, en donde conocemos un poeta
pródigo, apasionado, expresivo y poco o nada hermético para explicárnoslo en la
contemporaneidad, cuando resalta su tendencia a la frase plena de sentido y
plena de delicadeza. La expresividad sutil se allega al ensueño, se vuelve
cotidianeidad lírica, suprime el hosco destino incierto por la esperanza
amante.
La pasión de la palabra, el amor
terreno, puede en la poesía reivindicarse ante entidades superiores, ante la
fe, ante su destino extraviado. La poesía salva.
El ser lírico se ve elevado por su
expresividad sensorial, siempre mediante la mediación de los sentidos y la
poesía, al autor y al lector hacia un estado de sublime acercamiento etéreo con
el éxtasis del arte, elevado, casi inaccesible, diáfano; una experiencia bien
considerada como divina, puesto que la creatividad introduce al enajenamiento
de lo terrenal, hasta que los sentidos, primero arma para ubicarse, quedan
superados por la mentalidad y el estado de inspiración.
La sincronía del poeta con los
procesos interiores imaginativos y fantásticos, mediante la poesía, llega a ser
verdaderamente enajenante, los sueños aparecen conjuntados en la extensión del
simbolismo de la palabra. El poeta labra los poemas, organiza el sentido para
conducirse sin desvíos hacia sus pretensiones celestiales, es el típico poeta
doloroso, introvertido, inquieto en el conocimiento y hasta "extraño"
para sus congéneres:
El escritor de poemas reconoce en su
labor la importancia de hacerse escudriñar en cada línea, en cada símbolo, en
cada alegoría, se desnuda ante el conocimiento o el escarnio de las
confusiones; ya antes aceptó la fatalidad de la palabra, un poema es una
extensión de su ser por medio de la cual se le puede reconocer y reconstruir, a
él y al género humano.
Es evidente que el poeta necesita
absorber del orbe real sus posibilidades de expresión. La fuente de la
inspiración para las palabras del poema está en el código lingüístico que el
escritor ya tiene y procura acrecentar. El material temático proviene de su
propia experiencia en tanto ser. El mundo real transita en la metamorfosis
poética hasta convertirse en la palabra que canta en el poema. Es decir, tres
cosmos (por lo menos) convergen en la pasión creadora: el mundo real traducido
por el poeta, el mundo de las palabras cuyo enlace significativo anuda al
hombre y a su realidad interpretada, y el propio proceso erótico – creativo que
opera en toda creación literaria.
Precisamente el mundo de las cosas
interactivas a través de la mano del hombre sólo es posible de plasmarse en el
poema si los sentidos participan como guías de la pasión. El poeta siente,
indudablemente, es un receptor del medio ambiente que lo rodea, toma algunas
experiencias bajo su responsabilidad, observa otras, critica otras más, el poeta
es un estar en el universo real a través de la creación. El poema regresará a
ese universo que lo origina y lo hará mejor.
Las palabras en el poema son siempre
nuevas, siendo comunes. El uso que del lenguaje hace el escritor, no es el uso del hombre común y lo
es en otros sentidos. Lo es cuando el hombre común deviene en poesía porque su
vida ha sido tocada por la creación y porque tiene momentos de acercamiento
natural al firmamento y al soplo divino que lo creó. Y no lo es porque en el
poeta florece un prefabricante de sentidos, un intencionado leño ardiendo, un
hombre antes común que presta sus sentidos para el trabajo de su inteligencia;
por ende se echa a cuestas la tarea de enlazar al hombre con sus explicaciones
y los significados emanados de su lenguaje.
Armado de las palabras, el poeta de
verdad asienta su creación entre la divinidad y la muerte. Entre su ser erótico
y su fatalidad. Entre su yo y su nosotros. Es un proceso de sensaciones, pero
también de trasgresiones a las mismas, pues la sensación tiene un límite y un
control que opera bajo el canon de la creación literaria, la propia estética
del poema y los conocimientos del escritor. Lo que resulta es una palabra nueva
dicha una vez y para siempre. El poema se viste de sueño erótico y trasciende
la voluntad y el espíritu hasta acercarse a los cielos de lo perfecto. La
canción del hombre imperecedero.
El tono de la melodía en la poesía se
devela en su máxima expresión en sus canciones derivadas de referencias
singulares y acertadas, de las relaciones que aluden a las sensaciones, de aliteraciones y dualidades y de mensajes
sugeridos, escondidos e insinuados. El ritmo logrado supera la canción común,
nada entre los cauces de la suave dulzura lírica, el sentimiento humano y el
doctrinal nexo divino.
El poeta tiende a los extremos y a la
infinita dualidad, parte del sino del creador: ser opaco y brillar con fuego
intenso, como faro que atrae a las embarcaciones, es también una doble vía que
desdeña y usa de lo sensitivo para escribir poesía dualista: pasión y
eternidad. Mediante los recursos literarios ansía el éxtasis espiritual, los
versos sugieren la vital y única entrega humana, parangón del manifiesto amor verdadero y puro.
La eroticidad es el vehículo para
acceder a los estadios de superación inconsciente divinal, disponen, preparan,
inician a los sentidos para sublimarse hasta ser eliminados y suplantados por
la experiencia de la ensoñación mística. La poesía, esencialmente erótica de
inicio, ha escondido, para liberar después, el influjo y la intención
reveladora de un contacto con un universo energético más allá de la
sensibilidad común del autor, que se deja arrastrar materialmente al deseo
incontrolable de tocar las entidades superiores.
El poeta logra invaluables méritos al
partir, en el génesis de sus poemas, de una armonía natural, inefable. Directo
y puro, hace incidir sus frases en los sentimientos comunes de cualquier
hombre, de ahí que lleve una carga de significados inamovibles, universales e
interesantes para todo tipo de lector.
Está claro que el poeta pretende
primero que nada llegar a despertar la sensibilidad de los demás, mediante una
expresividad pasional que conmueva los sentimientos. Es el mejor camino para
luego expresar un simbolismo superior, donde el lirismo lleve a los estadios de
sumisión espiritual de los sentidos y la conciencia.
Ante una lectura profana, no es oculta
la recurrencia simbólica que subyace metafóricamente transformada en la
plenitud del lenguaje, la fogosidad estética y la conjunción corporal e idealizante:
máximos símbolos y máximas aspiraciones terrenas y celestiales entre el idílico
contacto hombre-dios. Es el siguiente nivel de interpretación y de
comprensibilidad de la poesía, cuando la realidad artística de los poemas, para
una mentalidad menos aprehensiva y temerosa de cismas, se impone sobremanera y
se distingue por belleza, contenido y talento.
El símbolo, lo intuitivo del
sentimiento amoroso, llevado al estado de máximo aprecio y vínculo-comunión
entre la fuerza creadora del universo y el microcosmos que a su influjo se
engrandece y se difiere en la lírica, representan los avances en el tiempo para
la poesía, su permanencia como única y su trascendencia personal.
El poeta desdobla el lenguaje, lo
carga de dobles y triples sentidos, y cuando el lenguaje ha dicho su verdad, él
está presto para impulsarse en su magia inspiradora, está preparado para romper
los lazos sensoriales que primero había tendido.
Atando cabos, el poeta nunca deja de
ser hombre, nunca se eleva lo suficiente en sus éxtasis poético-místicos como
para dejar una oquedad ininteligible como creación en lugar de la vivencia
exquisita de expresiones eróticas que nos lega. Tiene que partir de su
condicionante de simple mortal y mantener sus armas del aquí y el ahora si
pretende congraciarse a los ojos divinos; su finalidad, si es factible, la
logrará en tanto reconozca en los actos humanos la presencia de un camino de
verdadera infinitud, en la ilimitada finitud de la raza humana.
Es entonces un ser dual, domina ambos
mundos, su mundo, su eros, su realidad sensorial y su universo de creación. Es
frecuente que el literato conozca, y en este sentido domine, mejor el mundo de
la creación trascendental, su mundo inventado, su cosmos creado a imagen y
semejanza de una realidad imposible pero verosímil; reconociéndose algo torpe y
ajeno en el mundo de la realidad.
La vida en el universo creado, en el
cual el hombre lírico camina sobre sus propios cantos y por medio de cierta
inocencia primitiva, es un intento por equiparar la inspiración literaria con
la nominación creadora de las cosas. Una parte de sí mismo rompe los esquemas
de la realidad vulgar y se acerca a las dimensiones en donde mora la infinitud,
la gracia y la divinidad. El poeta – dios, está imbuido de la epifanía, pero
sus herramientas mortales lo atan irremisiblemente, a veces lastimosamente, al
mundo cosificado. La luz del momento místico es la poesía que nazca de tal
situación de conflicto. La carne, el deseo, la pasión, llama al origen y se
enlaza con el proceso cosmogónico.
Algo hay de la mano divina en cada
poema. Parece no pertenecer más a la mortalidad prosaica del ser humano, parece
que ha sido inficionado por el aliento divino porque es una creación que rompe
el lazo del hombre con la muerte, siempre a través de su existencia erótica. Es
el eterno segundo de introspección mística.
No es extraño que se considere a la
poesía como una extensión de la voluntad divina y no como total visión
individual, en el primer caso concediendo el trabajo del poeta pero inspirada
por dios, en el segundo un simple reconocimiento de que el lugar y la esencia
"de elevación" de la humanidad no están perdidos del todo. El poeta
tiene que partir de este supuesto y además creerlo a pie juntillas para
intentar restablecer el nexo entre él y su creador mediante la fatalidad de la
escritura, de la bella escritura.
Una vez más, nos encontramos de frente
con los factores caracterizadores y las fuentes mejor aceptadas como la
herencia de la poesía. Dónde termina el poeta y dónde principia el místico es una
de las cuestiones que en el análisis no tiene cabida, son uno y constante,
podemos leerlo como un paradigma, sí, pero una lectura avanzada nos da cuenta
de los frutos de la lírica, de sus inmensas bondades en la adaptabilidad, de
servir para unir lo grande con lo pequeño, lo fugaz con lo eterno, la música
del verso con el éxtasis contemplativo de las religiones.
Una realización del hombre es imponer
el egoísmo, su imagen, el modo de pensar que lo designa como único, la obra
viva frente a los proyectos inertes, el "súper ego", la superlativa
impostura que arrasa y que convence, la fuerza de la violencia, el ejercicio
cínico pero disfrazado del poder, el dominio por el miedo, efectivo y callado,
la primera idea del dios y su elegido, la fe, o simplemente el genio. Otra vía
de realización consiste en la trascendencia: el invento liberador del peso
físico, el sueño de la lucha insurgente e insurrecta por la libertad, el
cambio, el engaño, la nada, el acto trasgresor megalomaníaco, la participación
en el absurdo, luego visto coherente, el alivio a la humanidad, el trabajo
fecundo y creador, y por supuesto: la inspiración literaria, el sueño de las
significaciones.
El poeta que conocemos es un ente vivo
en el mundo y en la poesía. A veces olvidamos que también es sensibilidad,
órganos, huesos y erotismo, tanto como el que ahora se ostenta mediante otros
lenguajes con mayor liberalidad y hasta derroche. Él hace del trabajo esforzado
en poesía su manera de trascender y trascenderse, busca a cualquier precio su
unión con la eternidad, usa y abusa de sus sentidos para ello, a fin de cuentas
regresa a la unidad primera: un poeta hombre. La unidad básica de cualquier ser
no escindido, no enajenado, paradójicamente en su propio acercamiento logra la
aproximación anhelada y mística con la divinidad. Todo esto en vida.
Si por sentido común observamos en la
voluntad y los actos profanos del hombre mucho del sentido del erotismo, y
otorgamos a la meditación en la fe y a la raíz religiosa del hombre la apertura
a la inclinación mística; podemos ver en el poeta a la unidad de ambas
posturas, conociendo su vida y obra se vislumbra con facilidad la conjunción de
ideas creativas y la práctica humano-erótica-trascendental. El efectivo
reconocimiento de sí mismo y de sus pretensiones, coordinando cuerpo y mente,
le permite logros de expresión poética que prevalecen a pesar de su muerte, son
casi eternos.
El hombre poético revitaliza las
pulsiones, se yergue como amo de la pasión, muestra el mundo del más allá
gracias a su sensibilidad del mundo próximo que lo prepara alertando sus
sentidos. El hedonismo tiene ahora una verdadera dirección filosófica. El
sujeto libera la pulsión sexual y carnal a través de la poesía, ésta obtiene
una graduación impensable que compensa su animalidad.
El poeta nace entre el erotismo y su
búsqueda creativa, inicia un proceso que
lo aproxima a la muerte, a la divinidad, a los estadios místicos, pero que sólo
es posible a través de la agudeza de los sentidos y el tránsito inteligente por
el poema.
El cuerpo trasciende, la renuncia se
convierte en una propiedad, la prohibición puede sostener ahora su sentido en
la palabra y la creación tiene una mano que escribe, un corazón que siente su
propio lenguaje y un significado poético.
Alberto Ortiz. Zacatecas. Escribe poesía desde los diez años, estudió didáctica y literatura, se doctoró con una tesis que analiza las ideas contra las supersticiones en textos literarios y doctrinales. Trabaja como docente investigador adscrito al Doctorado de Artes y Humanidades de la UAZ. En el desempeño didáctico ha recorrido casi todos los niveles de enseñanza.
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