La luna o la pelota/Omar Rojas


Uno de los principios de Oulipo[1] es el plagio por anticipado: declaran como afines al movimiento ciertas obras que fueron escritas mucho antes de que ellos dieran las reglas propicias para su creación. Hay veces en las que el supuesto plagiador no es más que el creador más original que se haya visto. “La originalidad nace del plagio”, solía decir Alfred, el de las películas de terror, quien instituyó por primera vez la hora de entrada a las funciones de cine: no entrarás a la sala a menos que la película vaya a comenzar; una vez comenzada, se han de cerrar las puertas. Entonces, ya sea en la literatura, las matemáticas –con Bourbaki como ejemplo e inspiración para Oulipo– o el cine, las reglas de creación más que constreñir a la obra en sí, le dan libertad para que un niño juegue placenteramente con la pelota, a la rayuela, bebeleche o, ya de menos, a las cacalotas.

Pero resulta que las reglas no son fijas, sino que se amoldan según se vayan adaptando a la sociedad o cultura que las intente asimilar. Algunos las jalonean bruscamente, otros les dan vueltas y vueltas hasta dejarlas tan revueltas y mareadas que ni ellas mismas se reconocen. Otras tantas veces, muchas de ellas, se da una transformación sólo para llegar, después de un tiempo, a los mismísimos orígenes de un comienzo. Uno se preguntará para qué darle tanta vuelta al balero si de todas formas ha de caer rendido sobre el piso.
Parece que esto sucedió con las reglas del haiku en español, específicamente hablando de dos poemas de José Juan Tablada[2] y Elías Nandino[3], los cuales abordaré más adelante.

En un principio parecería que Nandino rescribe un poema de Tablada. Después de un zambullido o chapuzón en la historia y sentido del haiku, es posible darse cuenta que, el de antes escribe como si fuese el de después, y el sucesor como si hubiese sido el predecesor. Para sustentar semejante incoherencia –occidentalmente hablando– es necesario poner sobre la mesa, además de los ases y los jokers, un poco de estos datos, aunados a la filosofía zen, que Alan Watts expone tan bien en su libro The way of zen: “el oyente no japonés debe recordar que un buen haiku es un guijarro arrojado al estanque de la mente del oyente, que evoca asociaciones de su memoria. Invita al oyente a participar, en lugar de dejarlo mudo de admiración mientras el poeta se luce”.

Pero, antes que nada uno querrá saber qué es un haiku. Etimológicamente, puede traducirse como “fragmento poético humorístico” o “play verse” como le llaman nuestros vecinos del norte. Básicamente, el haiku clásico es una apreciación directa de un acontecimiento, a menudo trivial, que llama la atención del haijin[4], el cual lo espiritualiza y eleva por encima de su pequeña trascendencia. Según Chamberlain, el haiku es: “Tragaluz abierto un instante sobre un pequeño hecho natural, resplandor súbito, sonrisa formada a medias, suspiro interrumpido antes de ser oído.” Andrei, el gran director de cine ruso, entre cuyas bellezas se encuentra la primera versión cinematográfica de Solaris, cuento de ciencia ficción –ya casi real– de Stanislav Lem, dice: “el lector de un haiku tiene que perderse en él, como en la naturaleza, tiene que dejarse caer en él, perderse en sus profundidades como en un cosmos, donde tampoco hay un arriba y un abajo…”. “Con sólo tres puntos de observación, los poetas japoneses fueron capaces de expresar su relación con la realidad. No la observaron simplemente, sino que sin prisas y sin vanidades buscaron su sentido eterno…”.

El haikú clásico toma por tema a la naturaleza, en específico a las cuatro estaciones del año y las festividades de Año Nuevo. Masuda Goda da diez mandamientos para escribir un haiku, entre los que destaca que el haiku tiene métrica de medidas 5/7/5 sílabas por verso, no rima y no título, sin signos de puntuación y con indicación de la estación del año (kigo); expresa la sensibilidad del autor; es poema popular, por lo que se usan palabras cotidianas; es un diálogo entre el poeta y el lector, por lo que debe evitarse explicar todo. Claro que, como se mencionaba antes, estas reglas tuvieron que ser adaptadas para poder salir de Japón, no como una influencia, sino como un reflejo de la misma poesía que había logrado permear en el país, mismo que había estado aislado por varios cientos de años.

El hai-ku –género poético japonés en el que se inscriben ambos poemas– guarda ciertas características generales, mismas que, a la hora de ser traducidas, han de acoplarse al idioma receptor. El haiku es como una fotografía de la naturaleza en la que, de repente, surge un sobresalto, como la rana que salta en el estanque o las columnas agitadas por el viento. Tablada es el introductor de este género poético al español a inicios del siglo XX. En un ambiente cargado de espectacularidad y rimbombancia poética, la sencillez y profundidad del hai-ku (objeto casi filosófico) deja una huella –y ligera afrenta– a la concepción del mundo occidental. Y acaso haya sido más lo exótico de saberse de otros sitios, lejanos y supuestamente místicos, lo que le haya permitido al haiku colarse y reinventarse en México. Años más tarde –acaso unos 50–, Nandino vuelve la mirada al haiku y recrea la perfección de la sencillez simbólica.
Veamos el poema de Tablada[5]

La luna

Es mar la noche negra;
la nube es una concha;
la luna es una perla...

el cual sacrifica el 5/7/5 a favor del ritmo; lo que debería ser medida constante se vuelve rima asonante: negra, perla. El poema puede ser dividido en dos campos semánticos perfectamente definidos; por un lado, tenemos a los elementos del agua: mar, concha, perla; por el otro, los celestes: noche, nube, luna. Y cada uno de ellos como receptáculo del siguiente. Además, da título al poema y signos de puntuación, acaso en su esfuerzo por hacerlo más digerible a los modernistas y demás poetas de su tiempo.
Por otro lado, el poema de Nandino

 

Estuche


Es una perla
en su concha celeste
la luna llena.

se atiene más a las reglas del haiku clásico: estructura, ausencia de puntuación y metáforas no tan explícitas.
Dos poemas de estructura vertical: La luna, el de Tablada, va desde arriba hasta caer, como si nada, en la particularidad de la esencia, mientras que Estuche, el poema de Nandino, avanza desde el pequeño objeto hasta llegar a los confines de la inmensidad. Ambos infinitos, mar y cielo, son los contrapuestos de lo que se dice al saber callarse. Aun cuando ambos poemas tratan el mismo tema, Nandino deja sentir un poco más ese vacío de no comprender el poema del todo, sino apenas intuirlo, como si uno estuviese presente en el momento. Así, no precisa decir la palabra mar, para insertar la perla en su estuche y contenedor: el cielo. Verticalidad ascendente, descendente: imposibilidad del tiempo. Además, es interesante la comparación de la luna y la perla, ya que en la concepción zen, todos los objetos en la naturaleza son de la misma importancia, lo cual no se da como debiera en nuestras sociedades actuales.

En cuanto al tema de la luna, no son los únicos escritores que voltean al cielo y la contemplan. Basho la lleva al mismo nivel que otros seres: Bajo un mismo techo / durmieron las cortesanas / la luna y el trébol. Ryocan, quien vivía en una choza solitaria del bosque bajo un techo con goteras y una pared llena de poemas escritos en su letra maravillosamente ilegible, como patas de araña, tan apreciada por los calígrafos japoneses, dice: Al ladrón / se le olvidó / la luna en la ventana. Onitsura por su parte, escribe: ¿Quién no / tomará pluma? / ante la luna de hoy?

En español, Borges tiene unos cuantos: La luna nueva / ella también la mira / desde otro puerto. Y: Bajo la luna / la sombra que se alarga / es una sola. Por su parte, Paz intitula a uno de sus haikus Calma: Luna, reloj de arena: / la noche se vacía, / la hora se ilumina. También podemos leer haikus en inglés con el tema de la luna, como el de LeCount: windless night— / still the moon / moves by itself[6]. El mismo Nandino habla de la luna en otro de sus poemas: Ya sé que la luna / es un desierto de soledad blanca

Entonces, podríamos afirmar que las reglas son para romperse, los temas para repetirse y los haikus para disfrutarse sin preguntar demasiado por su significado. Justo como un monje zen pasa los días en el campo: disfrutando de la ceremonia del te, la caligrafía, las tormentas y los días soleados. La luna queda allá arriba, aunque ahora pueda verse del mismo tamaño que cualquier otro objeto en la naturaleza. El niño sigue jugando con su pelota en el patio externo de la casa. La cuadra ha quedado desierta. Un minibús del 640 pasa por delante, a toda velocidad. El niño corre hacia la calle, detrás de la pelota. El minibús pisa los frenos… una rana en el estanque… la pelota sale volando… el niño queda



Omar Rojas


[1] Taller de Literatura Potencial, por sus siglas en francés
[2] Poeta, prosista y diplomático (México 1871- Nueva York 1945)
[3] Poeta y médico cirujano (Cocula 1903 - Guadalajara 1993)
[4] Poeta o persona que compone haikus.
[5] Tomado de: Un día… poemas sintéticos, 1919

[6] Mis posibles traducciones: noche sin viento /  sin embargo la luna / se mueve sola. Otra: noche sin viento / se mueve por si misma / la luna aún.
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