Por: Selene Carrillo Carlos
El viaje nos
descubre la belleza del mundo. Amplía y reafirma el saber. Es una psicagogía o un rito misterioso: odisea,
éxodo, descenso de Orfeo a los infiernos, asunción a la montaña santa.[1]
La tarde del 2 de
octubre de 1872 fue decisiva en la vida de Phileas Fogg, quien no imaginaba que
una discusión sobre un robo cometido en el Banco de Inglaterra modificaría su
rutina para siempre. La controversia inició cuando algunos caballeros reunidos
en un club de Pall-Mall sostenían que el ladrón escaparía con facilidad a otro
país, ya que las distancias se habían acortado y «la tierra había disminuido».
Este comentario desató una apuesta de la que más tarde Fogg resultaría
victorioso: dar la vuelta al mundo en ochenta días.
Fue de esa manera
que un desafío por veinte mil libras sirvió de pretexto para que Julio Verne tejiera
una serie de aventuras alrededor del planeta. Asimismo, en Travesía del horizonte, Javier Marías urde como excusa el deseo
inaudito del millonario capitán Kerrigan de realizar una excursión a la
Antártida con hombres de letras y científicos. Aunque ninguno de ellos sabe a
ciencia cierta los objetivos del viaje, algunos deciden embarcarse en pos de
aventuras con tal de terminar con la monotonía. Otros, como el escritor inglés
Victor Arledge, lo hacen para satisfacer su curiosidad y descifrar un misterio.
Si bien La vuelta al mundo en ochenta días tiene
una estructura narrativa lineal, Travesía
del horizonte destaca por estar construida bajo el modelo
relato-dentro-del-relato. Además la disposición de sus ocho libros logran crear
un relato circular y a la vez abierto, es decir, en el principio del texto se
encuentra el fin, pero la historia no concluye: el enigma no es desentrañado.
Tampoco hay un narrador único ni omnisciente, al contrario, se trata de un
tejido de voces unidas por la vida de Victor Arledge y su estancia abordo del
Tallahasse.
En el primer
libro —el menos extenso— los apuntes de Arledge acerca de la travesía dejan
entrever el fracaso del viaje. El inicio del segundo cambia la trama y, por
supuesto, el narrador, de quien el lector no conoce su nombre ni su profesión.
Esta voz es la que introduce a un tercer narrador: Edward Ellis, quien escribe
una novela acerca de Arledge con el objeto de averiguar los motivos que lo impulsan
a abandonar la literatura y a refugiarse en Escocia con un pariente. Su obra se
titula «La travesía del horizonte».
La curiosidad,
pues de ella se trataba, fue en Victor Arledge, desde niño, más que una
característica, un método, y entre sus futuros compañeros de viaje había un
personaje que llamaba su atención en este sentido con más fuerza de lo normal.
Era un expedicionario inglés, residente en Londres, llamado Hugo Everett
Bayham, pianista joven y prometedor…
Dentro del texto
de Ellis hay tres voces: un narrador general, Esmond Handl y Victor Arledge. El
segundo envía una carta al tercero relatándole la curiosa experiencia del
pianista inglés Hugh Everett Bayham contada por él mismo. El músico londinense y su increíble historia
constituirán el mayor interés de Arledge. Después, durante el trayecto, este
último refiere algunos pasajes de la vida de Kerrigan para disculparlo por su
mal comportamiento en el barco. Handl y Arledge aparecen cada uno en una de las
dos partes en las que es dividida la novela de Ellis. En la interrupción
aparece nuevamente el narrador desconocido que escucha lo escrito por Edward a
través de la lectura que hace Holden Branshaw (o Hordern Bragshawe) de la
novela.
A partir del
séptimo libro la voz desconocida toma la palabra y «La travesía del horizonte»
concluye. Es aquí donde el secreto pareciera estar a punto de salir a la luz
pero el destino impide que la solución sea encontrada. En el último libro se esfuma
la esperanza por revelar la incógnita sobre Arledge y Bayham ante la muerte de
la señorita Bunnage, la única persona que quizás conocía las respuestas. Le
corresponderá entonces al lector descifrar el acertijo o, si lo prefiere, construir
una multiplicidad de segundas partes.
Una situación
parecida —a propósito de los misterios sin resolver— se presenta en el cuento Las cinco semillas de naranja de Arthur
Conan Doyle. Esta vez el célebre detective es incapaz de esclarecer el
asesinato de los Openshaw en manos del Ku Klux Klan y el final del relato
sugiere varias interpretaciones. Cabe destacar que Marías también utiliza la
estructura de la novela policíaca, pues existen historias ocultas que se
entrelazan con la expuesta y pueden ser o no descubiertas. En Travesía del horizonte no hay solución
porque carece de un personaje que busque, indague y exponga: le hace falta su
Holmes y su Watson para que el lector conozca lo que sucede. A falta de ellos
la novela se convierte en un rompecabezas que el lector puede llegar a armar
con éxito si consigue fugarse de la trampa circular que Javier Marías le ha
puesto. Mas si lo logra, nada le asegura que esté en lo correcto o que se trate
de la verdad.
La diversidad de
voces narrativas permite que el lector sólo conozca la historia menos
importante. Es decir, el orden de la invención, como en el relato detectivesco,
constituye el anverso y el de la exposición el reverso. Los narradores ven la
historia al revés y por lo tanto arrastran al lector desde su punto de vista
(reverso). No obstante, Marías jamás muestra el anverso, de ese modo el
suspenso se mantiene hasta el final. El secreto no se descubre ni tampoco se
destruye, queda, sobrevive. El viaje y el secreto se convierten en entes
circulares al igual que el texto que los contiene.
En cuanto a la
trama, la obra permite reconocer en ella otros textos y facilita la evocación
de autores —como los ya mencionados Verne y Conan Doyle— y pasajes específicos.
Por ejemplo, el secuestro de Bayham recuerda la aventura del señor Hatherley en
El dedo pulgar del ingeniero, donde
es llevado a una finca en el campo, a mitad de la noche y en total secreto. El
ingeniero no sabe su paradero y al regresar a Londres se encuentra confundido y
dolorido por la pérdida de uno de sus dedos. Del mismo modo, la desaparición de
pianista coincide con la del personaje Neville St. Clair del cuento El hombre del labio retorcido (ambos
textos pertenecen a Las aventuras de
Sherlock Holmes).
No hay que
olvidar un asunto esencial: Javier Marías recurre a la tradición, pero no a la
española, sino a la mundial. Ninguno de sus personajes o paisajes es español y
tampoco hace alguna referencia o alusión a los escritores de su país. Tal vez
su actitud se debe a que España, en 1972 (año de la publicación de Travesía del horizonte), continúa sumida
en la dictadura franquista y Marías no desea reflejar la opresión, el
desencanto y el malestar de su pueblo, así que se abstrae de lo que ocurre en su
patria escribiendo sobre otros lugares (Marsella, Alejandría, Londres, Tánger)
y burlándose de las novelas de aventuras, al mismo tiempo que les rinde
homenaje.
Lo que sí es
claro es que para él las letras ocupan un lugar primordial, inclusive por
encima de la ciencia, ya que los científicos que hacen el viaje fungen casi
como escenografía: los que mandan son los literatos, ellos tienen el poder para
continuar o detener la expedición. Es mediante la literatura que el enigma de
Arledge perdura. Y es el lenguaje —el español— el que se ve recompensado por
parte de Javier Marías, es su sello, su distintivo. La palabra permanece, o
como diría Flaubert, la palabra lo es todo.
Bibliografía
CONAN DOYLE,
Arthur. Las aventuras de Sherlock Holmes,
Barcelona, Ediciones Altaya, 1993.
JIMÉNEZ, Luis
Felipe. «Verne y Wells: la ciencia, la guerra y la tecnocracia» en Dos filos, número 98, Zacatecas,
enero-febrero, 2006, págs. 6-12.
MARÍAS, Javier. Travesía del horizonte, Barcelona,
Editorial Anagrama, 1997.
PALMER, Jerry. Thrillers. La novela de misterio. Génesis y
estructura de un género popular, México, Fondo de Cultura Económica, 1983.
VERNE, Julio. La vuelta al mundo en ochenta días,
Villatuerta (España), Editorial Planeta DeAgostini, 2005.
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