EL ROSTRO TEATRAL DEL FIC: VANGUARDIAS Y ARCAÍSMOS


Por Enrique Olmos de Ita

Para quienes estamos condenados a mirar teatro de primer mundo únicamente a través de la ranura de los festivales y encuentros internacionales que llegan anualmente al país para dejar su polvo estelar, grandes producciones y el contagio de nombres y apellidos de enciclopedia, estamos condenados también a padecer desengaños y contrariedades. Así ocurrió en el reciente Festival Internacional Cervantino. Las expectativas y pronósticos de los especialistas y funcionarios acerca del teatro internacional se cumplieron a medias; respecto a la escena mexicana simplemente rebasó el desaliento de mirar una selección improvisada que ante la ineludible comparación resultó de tercera división.
Por México encabezó la cartelera la Compañía Nacional de Teatro, ahora con un montaje de Germán Castillo, Don Quijote, de Bulgákov. Aunque la puesta en escena prefirió la apología quijotesca antes que la indagación en la figura legendaria que trasciende el papel hasta la definitiva condición humana, fue un trabajo correcto, de largo aliento, con cierta dosis de humor. Por su parte Miguel Ángel Rivera llevó una simplificada versión de Antígona. El elenco encabezado por Gerardo Trejoluna y Clarisa Malherios logró poner en pie la tragedia de Sófocles, pero la versión de José Wantanabe sucumbe ante los accidentes de lo contemporáneo y mitifica la tragedia en lugar de exponerla. Estos dos trabajos teatrales fueron los más completos que ofreció la delegación mexicana.
Por lo demás, Ultramar de Luisa Josefina Hernández resultó el homenaje al lugar común, a la telenovela de corta duración que sucede en el teatro, el ocaso de un estilo que no sólo no habla del presente, ni siquiera imita el pasado, lo ilustra con ánimo de nostalgia en blanco y negro. Ni la escenografía de Phillippe Amand actualizó el drama. Sucedió antes con el homenaje al maestro Carballido: cuando los reconocimientos se vuelven epitafios. Teatro de Hemoficción. La utopía estética de la familia Trigos, el capricho experimental y el derroche de recursos para poner en escena – si el término cabe – lo que Alberto Moravia llamó el “terrorismo de la vanguardia”. De este híbrido entre teatro y ópera de larga duración vale más lo que el respetable concluyó: escapar y dejar casi vacía la sala a la hora de los aplausos. Precisamente un vacío de contenidos cimentado en una falsa teoría estética. Las tentaciones de María Egipcíaca resultó el colmo del patetismo y la fatalidad. Alarmante esta reposición de Miguel Sabido, con actores semi profesionales para volver la vista a un teatro de hace más de treinta años, caduco y sin el mínimo rigor dramático en un festival que presume contemporaneidad. Encerrados en la Mina El Nopal – que no tiene significación en la puesta en escena, lo mismo pudo montarse en el baño de un Sanborns o en una sex shop – el director nos lleva hacia un texto apenas simbólico, ni siquiera histórico, que abusa del griterío y el supuesto conflicto religioso en una hipotética atmósfera de afectación. La puesta en escena comienza con Miguel Sabido de frente a la concurrencia. Explica la obra y las peripecias del personaje, aprovecha además, para narrar su biografía y las razones para montar, por tercera vez, esta pieza dramática.
La legión extranjera con Epígoni (Grecia) de Theodoros Terzopoulos nos acercó quizá a lo mejor del festival. Una hora exacta de escuchar en griego la síntesis dramática basada en fragmentos de las tragedias perdidas de Esquilo, de punta a punta tradición y vanguardia con actores de primer nivel. También la compañía de Philippe Genty, con su Línea de fuga cumplió los vaticinios. Un despliegue espectacular tramado en el existencialismo francés de mitad de siglo XX; quizá demasiado magnificente para la simpleza de su premisas. La compañía británica Out of Joint con un Macbeth “negro” dejó promesas en el aire con un Shakespeare ambientado en el concepto estado-nación de las repúblicas africanas, lejos de la “invención de lo humano” que propone Harold Bloom, más bien un efugio para expiar culpas históricas, de tipo racista. El director Max Stafford-Clark dejó a su masa crítica, los actores, a merced de un limitado concepto de teatro interactivo. Nada a ver con el trabajo del director japonés Yukichi Matsumoto quien sorprendió con La puerta del verano (Ishin-ha), la tradición escénica oriental encuentra amplitud en una estética del video juego, la repetición y los modelos rítmicos, la experimentación sonora y el asombroso despliegue técnico que trasciende el espacio escénico.        
Malabar (Francia) y Pan.Optikum (Alemania) fue el platillo de teatro de calle. El primero muy apegado a la espectacularidad, exceso de luces y acrobacia por encima de siquiera alguna sugestión dramática que erigiera un espacio de ficción. El segundo por lo menos propuso un conflicto dramático más allá de los fuegos artificiales, además de interacción con los asistentes, un estridente espectáculo basado en El libro de las preguntas de Pablo Neruda.
Ante las vanguardias internacionales y la desazón de un teatro mexicano que se debate entre homenajes y arcaísmos, vale la pena resaltar – en Ishin-ha (Japón), Socìetas Raffaello Sanzio (Italia), Philippe Genty (Francia) y Malabar (Francia) – la predilección de los directores por prescindir del texto dramático tradicional, la puesta en escena como ejercicio autoral, la autonomía de la representación respecto al drama, sobre todo en La Socìetas Raffaello Sanzio donde predomina el tejido visual, la instalación pictórica a favor de un discurso híbrido entre las artes plásticas y la invención escénica. El rumor de la supuesta máxima vanguardia europea que representa Romeo Castelucci con su Tragedia Endogonidia #9, suena a Robert “Bob” Wilson y la renuncia a la unidad orgánica del espectáculo: la contradicción de los signos que originan discursos múltiples. Esta tendencia hace al director el amo del espectáculo. Lo cual acentúa la experimentación escénica y soslaya la concentración de la representación en torno al lenguaje oral. Así, es muy probable que hayamos asistido, tristemente, al teatro del futuro. 

ENRIQUE OLMOS DE ITA.
Dramaturgo y periodista. Actual becario FONCA- Jóvenes Creadores. 

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