La
identidad
José
Vasconcelos y Carlos Pereda
Preguntas
sobre coincidencias o divergencias
Por: Oliver
Eduardo López Martínez
… las distintas razas del mundo
tienden a mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano,
compuesto con la selección de cada uno de los pueblos existentes.
José Vasconcelos
…con la palabra «identidad» en gran medida indicamos ese proceso
mediante el cual
la persona va elaborando a lo largo de una historia
un proyecto de sí misma que no deja de reconsiderar mientras vive.
Además, esa historia se hace con referencias enfáticamente sociales:
soy parte de numerosas comunidades, por ejemplo, soy ciudadano de
cierto país,
soy esposo, padre, tengo cierto oficio…
Carlos
Pereda
En el año de 1948 aparece publicado
La raza cósmica de José Vasconcelos,
texto por demás de corte profético, mesiánico y ambicioso. En él podemos
encontrar una notoria preocupación del autor por lo que considera su raza, el
futuro de su raza, la identidad de su pueblo. No estamos seguros si se trata de
un texto contestatario hacia las naciones que por aquellos años proclamaban una
identidad de «sangre pura». No estamos tampoco del todo seguros si se trata de
un texto positivista o romántico. Sin embargo nos plantea un problema
interesante, que posteriormente fue el tema de muchos pensadores mexicanos: se
trata de la identidad, de la identidad latinoamericana.
Para
contrastar las ambiciones de Vasconcelos hemos retomado el texto de Carlos
Pereda Crítica de la razón arrogante
en sólo uno de sus panfletos; aquél que nos habla de la identidad. Nos
limitamos sólo al capítulo III del libro, considerando que ahí se encuentran
una parte importante de los propósitos de Carlos Pereda, que es el operar de la
razón arrogante, además de su crítica, que desde mi punto de vista, es en
contra de los nacionalismos y las políticas totalitarias; sea el caso chileno,
sea el caso mexicano. La identidad o la arrogancia de la identidad ha sido el
error de los nacionalismos, de las autonomías y de algunas otras filosofías.
Por ello es que, a riesgo de ser arrogantes y de estar en un error, planteamos
las siguientes preguntas: ¿podremos decir que Carlos Pereda y José Vasconcelos
hablan de la misma identidad? ¿Ambos autores estarán haciendo una crítica al
totalitarismo nacionalista y al concepto de raza pura? ¿Vasconcelos resulta ser
un filósofo de la arrogancia, o su operar filosófico es arrogante? Y
finalmente: ¿con cuánta arrogancia Carlos Pereda critica la arrogancia? No del
todo vamos a responder esas preguntas, puesto que no es tarea de sentarse a
pensar un rato, sino de discutir y dialogar entre varias personas para llegar a
posibles interpretaciones. Con la visión de José Vasconcelos y la crítica de
Carlos Pereda intentaremos especular un tanto sobre el tema de la identidad.
I
La búsqueda de la peculiar expresión del y de lo
latinoamericano, sin negar la universalidad y al abordar los problemas que nos
plantea nuestra circunstancia, dará por resultado un producto
sostén de un espíritu autónomo, de una cultura y filosofía definidas.
La originalidad de la filosofía
latinoamericana ha tenido un fuerte cuestionamiento. Qué es América, qué es ser
americano, cuál es su historia, cuáles son sus contribuciones, qué problemas se
derivan de sus relaciones con el Occidente, qué problemas del pasado inciden en
su presente, de qué modo debe asumir ese pasado, qué conflictos
se desprenden de su estructura
de clases, son algunas de las preguntas que vertebran el nuevo movimiento, que
se cuestiona fuertemente la identidad latinoamericana. Este tipo de interrogantes
ha dado lugar a un pensamiento que ha puesto en estrecha vinculación la
filosofía y la historia de las sociedades latinoamericanas y su lucha por la
liberación.
Brevemente, mencionaré qué es lo que
nos lleva a argumentar una filosofía latina, tres son las ideas fundamentales
que han llevado a estos planteamientos: la necesidad de investigar la realidad
americana; la de imaginar y crear soluciones
a sus problemas; y la de examinar y proponer su inserción en el mundo en un
enclave de equidad y justicia.
Es en este sentido que todo el movimiento puede considerarse una filosofía para
la liberación, a pesar de las diferencias teóricas profundas que aparecen en el
pensamiento de sus representantes. El latinoamericanismo filosófico
contemporáneo no es un movimiento teóricamente homogéneo y ha sido propósito
nuestro dar apenas una idea de sus antecedentes y una caracterización
aproximada para suscitar el diálogo.
Con todo, un parámetro común mínimo los distingue y es la afirmación de América
y la dignidad de ser americano, en su condición humana y la necesidad de ser
reconocidos como iguales en un mundo de asimetrías. Cuestiones que han
reclamado asimismo para todos los pueblos del orbe, por lo que cabe hablar en
ellos de un nuevo y renovado humanismo,
desde la perspectiva que plantea Samuel Ramos en el texto Hacia un Nuevo Humanismo.[1]
La originalidad y la argumentación de
una filosofía propia para el mexicano no implicarían la creación de nuestros
extraños sistemas,
sino en dar respuesta a problemas que en una determinada realidad y tiempo se
han originado. Así, originalidad sería hacer de lo ya existente algo distinto.
En Zea ser original es ser capaz de recrear el orden existente, partir de sus
innumerables posibilidades de reacomodo y reajuste.[2]
En realidad, este doble retorno al
pasado azteca y a la cultura india
fue estrangulado en 1821 y no sería resucitado sino hasta 1910, con la
Revolución Mexicana, cuya violencia
y desorden volverían a plantear en forma aguda la cuestión de la identidad
nacional. Cuando, en 1920, el nuevo presidente Álvaro Obregón instaló al
filósofo José Vasconcelos como su Ministro de Educación y ex Presidente de la
Universidad, introdujo una nueva era cultural en México y, a través de su
influencia revolucionaria, en toda América Latina. Con su teoría
del tercer eslabón estético, de la evolución
humana, Vasconcelos puso las
artes visuales al servicio
de la revolución, alentando al sindicato
de pintores y al movimiento muralista de los años veinte.[3]
El arte mural, que gozaba de larga
historia en México desde antes de la Conquista, se convirtió en el medio a
través del cual se exploraban la historia e identidad antigua y reciente de
México, y se reexaminaba y reconsideraba la cuestión india, el problema de los
pueblos nativos y sus culturas vernáculas. Para los muralistas, las tradiciones
indias se convirtieron en el modelo para sus ideales socialistas de arte libre,
abierto y público. La Declaración del Sindicato
de Trabajadores Técnicos, Pintores y Escultores de 1922 rechazó la larga
dependencia del arte mexicano.
Nos percatamos también de la
tendencia unificadora hacia las cuestiones religiosas, lo cual es ya un indicio
del amanecer del espíritu filosófico. Los aztecas tenían conciencia de lo bueno
y lo malo, creían que el hombre había nacido para el bien y que por naturaleza
era bueno, este hecho nos lleva a afirmar que entre los aztecas existió una
moral plenamente formada y lo que les faltó fue la conciencia del conocimiento
racional, motivo por el que no llegaron a la comprensión del conocimiento
científico y mucho menos a la noción de la ciencia.
Vasconcelos, a quien considero de
vital importancia para el estudio de la filosofía en México —y por supuesto
para una mejor comprensión de los estudios acerca de las identidades nacionales—,
al inicio del siglo XX fue uno de los principales personajes que aportaron una
reflexión sobre la identidad, ya no tanto del mexicano, sino de cualquier
nación, baste una detallada lectura de La
raza cósmica, para adentrarse en los orígenes de esa búsqueda de
identidades, en una forma de reflexionar muy particular debido a sus
circunstancias, pero que es insoslayable en el estudio de la filosofía
mexicana.
Tal como lo menciona:
La cuestión tiene una importancia enorme para quienes se empeñan buscar
un plan
en la Historia. La comprobación de la gran antigüedad de nuestro continente
parecerá ociosa a los que no ven en los sucesos sino una cadena fatal de
repeticiones sin objeto. Con pereza contemplaríamos la obra de la civilización
contemporánea si los palacios toltecas no nos dijesen otra cosa que el que las
civilizaciones pasan sin dejar más fruto que unas cuantas piedras labradas
puestas unas sobre otras, o formando techumbre de bóveda arqueada, o de dos
superficies que se encuentran en ángulo. ¿A qué volver a comenzar, si dentro de
cuatro o cinco mil años otros nuevos emigrantes divertirán sus ocios cavilando
sobre los restos de nuestra trivial arquitectura contemporánea? La historia
científica se confunde y deja sin respuesta todas estas cavilaciones.[4]
II
Examinemos ahora, aunque brevemente, el pensamiento
hispanoamericano de José Vasconcelos, el cual dio toda su significación al
vocablo criollo y entendió lo hispanoamericano como suma de razas. Una vez
terminada su misión en la educación se refugió en un periodismo intelectual y
combativo —«La Antorcha» es cita obligada del pensamiento americano—, y ante el
agresivo aislamiento político en que hubo de vivir, inició sus viajes de
conferenciante por Europa y América. En ellos tuvo que enfrentarse con
problemas tan espinosos como la ocupación de Puerto Rico por parte de
Norteamérica. Pero reconoce la grandeza del Norte, no sólo en su aspecto
material. El viejo liberal se lamenta de las persecuciones de que fue objeto el
catolicismo en su país y de que no se comprenda la gran fuerza que representa
para la cultura. «Un catolicismo depurado sería un auxiliar irremplazable»[5].
Desde el punto de vista hispanoamericano vio la realización de Iberoamérica
como una empresa que requiere la colaboración de todos los pueblos de la tierra
y el comienzo de un ciclo nuevo en la historia del mundo. En este
iberoamericanismo no sólo entran negros, indios y sus mezclas, sino también el
mismo sajón. Vasconcelos se pronuncia por el mestizaje como posible creador de
culturas y civilizaciones distintas de las actuales, al decir que nuestra mayor esperanza de salvación se
encuentra en el hecho de que no somos una raza pura, sino un mestizaje, un
puente de razas futuras, un agregado de razas en formación: agregado que puede
crear una estirpe más poderosa que las que proceden de un solo tronco.[6]
Esto afecta también, como es natural, a los inmigrantes de los Estados Unidos,
donde resucita más patente el dominio ejercido por una minoría blanca sobre
todas las restantes, mucho más prolíficas.
Vasconcelos ha planteado también todos los problemas y conflictos de
América dentro de su propio continente. Por ejemplo, el peligro de un choque
del Norte sajón con el Sur hispano. Trata de dar con el ideal y en su
exposición teórica acoge los problemas materiales. Pero es optimista al
considerar que América tiene que cumplir tareas mesiánicas en La raza cósmica e Indología (1926); y hace magníficas y personales interpretaciones
de lo mexicano en su famoso Ulises
criollo (1936) y en La flama. Los de arriba, de la Revolución
(póstuma, 1959) es una importante autobiografía. Los avisos y diatribas endurecieron al Intelectual del «optimismo
estólido»[7]
(así tituló el epílogo de su Breve
historia de México, aparecida en Madrid en 1952).
III
Intentaremos
ahora explicar el panfleto tercero de Carlos Pereda, La identidad en conflicto: del reconocimiento del otro, también en
conflicto.[8]
Comenzaremos por el problema de la identidad personal, donde afirma Pereda que
cualquier respuesta a las preguntas ¿quién soy yo? y ¿quién eres tú? debe ser
una respuesta multi-referencial.[9] Es
decir, cuando se pregunta quién soy y quién eres, no vasta con sólo decir soy
un cuerpo, una suma de órganos funcionando, sino que además de ser cuerpo somos
mente; entonces llegamos a decir que somos un cuerpo mentalizado: subjetivizado[10]
Por tanto no sólo se vive en el espacio sino también en el tiempo. Lo que nos
lleva a decir que tenemos memoria y esa memoria no es algo estático,
encapsulado, pues se trata de una memoria social; y al decir que es una memoria
social que se va reconstruyendo con la participación de los otros, nos damos
cuanta de que los otros son parte de mí y yo parte de los otros ya que tenemos
una conciencia social, una memoria que compartimos.
No estamos en disposición de adscribirnos ningún predicado, ya sea
físico, mental o social, si no podemos atribuírselo a los otros, y viceversa.
Pues toda adscripción de predicados —físicos, mentales, sociales— tanto a mí
mismo como a los otros debe regirse por criterios públicos, sociales. De ahí
que el conocimiento de nosotros mismos no sea independiente del reconocimiento
de los otros.[11]
De manera muy rápida y
clara Carlos Pereda nos lleva de la identidad personal a la identidad
colectiva. Nada simple es la identidad personal, sino que conforma «hilos
entramados» que constituyen un tapiz llamado identidad relativa.[12]
Sin embargo, hay otro tipo de identidad: la «identidad formal». Para explicar cómo
es ésta, Carlos Pereda recurre al «experimento de la cebolla». Si decimos que todos
los «accidentes» o «hilos» que construyen el tapiz de mi identidad son las
capas de una cebolla, qué pasa si quitamos todas esas capas, todas esas
relaciones biológicas, psíquicas y sociales, ¿qué nos queda? La respuesta es: el ser humano.
La vieja respuesta es: yo, tú, somos, antes que nada.
Así al parecer me podrían quitar, o podría perder, o renunciar a cualquier
fragmento de esa historia que soy, pero, ¿mientras conserve mi humanidad, no
dejaré de ser quien soy? Diré que este —¿sorprendente?— resultado del
experimento cebolla —que invita por cierto a bastantes preguntas— introduce la
«identidad formal», el «yo formal», el punto de vista de la tercera persona de
un ser humano. Esta «identidad formal» en cierto sentido se opone a las «identidades
materiales», tanto biológicas como psicológicas y sociales.[13]
No obstante, la «identidad
formal» resulta ser un modo pobre e inquietante de reconocerse, nos adentra en
el operar de la razón arrogante. Por ello, antes de contestar que somos «seres
humanos», debemos reconocernos desde un punto de vista «aspectal», es decir: pluralidad de identidades y reconocimientos,
no una búsqueda de identidad y reconocimiento en singular.[14]
Con estos razonamientos
presentados por Carlos Pereda, ¿podemos apuntar que La raza cósmica de José Vasconcelos se trata de hacer de la
identidad del latinoamericano una identidad aspectal o multi-referencial? O
contrariamente ¿caería en ser un ejemplo de lo que critica Carlos Pereda? Una
visión arrogante de la identidad. La pregunta sigue presente, me gustaría que
alguien se sumara a la discusión. De lo contrario presento solamente las
interrogantes.
BIBLIOGRAFÍA
ü VASCONCELOS, José, La raza cósmica, Austral, México, 1999.
ü VASCONCELOS, José, Ulises criollo, Prólogo de Sergio Pitol,
Porrúa, México, 2003.
ü MUÑOZ, Juan Gallardo, José Vasconcelos, Dastin, México, 2003.
ü PEREDA, Carlos, Crítica de la razón arrogante, «Cuatro panfletos civiles», Taurus,
México, 1999.
ü RAMOS, Samuel, Hacia un nuevo humanismo, «Programa para una antropología
filosófica», F. C. E., México, 1994.
ü ZEA, Leopoldo, Conciencia y posibilidad del Mexicano, Porrúa, México, 1987.
[1] Samuel
Ramos, Hacia un nuevo humanismo.
[2] Leopoldo
Zea, Conciencia y posibilidad del
Mexicano.
[3] Juan
Gallardo Muñoz, José Vasconcelos, pág.
48.
[4] José
Vasconcelos, La raza cósmica, pág.
15.
[5] Juan
Gallardo Muñoz, Op. Cit.
[6] José Vasconcelos,
Op. Cit.
[7] Juan Gallardo
Muñoz, Op. Cit.
[8] Carlos
Pereda, Critica de la razón arrogante,
págs. 89-131.
[9] Ibidem.
[10] Ibidem.
[11] Ibidem.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Ibidem.
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